lunes, 3 de noviembre de 2014

Cómo aprendí a leer, de Agnès Desarthe. Periférica


Agnès Desarthe es una niña brillante, pero no soporta leer. Su problema no es la lectura, sino los libros. Los que eligen los profesores de su colegio tienen títulos, personajes y tramas incomprensibles. ¿Qué clase de niños se llaman Daniel o Valeria? Niños irreales que pretenden pasar por reales. Y eso le molesta profundamente. Fuera de los libros, las cosas no resultan más comprensibles. ¿A qué se debe el uso del violeta en el pelo de las señoras mayores? ¿Por qué utilizar el pasado “quería fresas”, cuando las fresas están ahí, delante de nosotros en el escaparate? 


“La vida diaria me parece salpicada de absurdos invisibles a los ojos ajenos.”




Pero hay otros absurdos que le fascinan, casi mágicos. Uno es la palabra retruécano, que parece el nombre de una aldea perdida. “Una mezcla de “trueque” y de “repámpano”.” Adora también los juegos de palabras. Y comienza a escribir, hasta que un día su padre lee su prosa en voz alta y declara: “Coño, esto es Marguerite Duras.” Agnès no ha oído hablar antes de esta señora, pero intuye que debe ser alguien importante. La comparación con esta señora le hace sentir importante.


A lo largo de sus años escolares, aparecen algunos títulos “milagro”, que consiguen entrar en la biblioteca secreta de Agnès: algunos libros de Goscinny, Rimbaud, Apollinaire, Baudelaire, Vian…, y sobre todo Jacques Prévert. Detesta leer, pero con Prévert siente que, todo lo que ella piensa, él lo escribe. Virginia Woolf lo llamaría el lector cómplice. Gracias a su padre, descubre la novela negra, que se lee casi sin darse cuenta. Aunque a ella le suceda lo mismo que a mí y seguramente a muchos lectores: olvidamos las tramas, pero retenemos el ambiente, los coches, las melenas rubias de las femmes fatales, los trajes de los detectives, el argot… Chandler, Hammett, Himes, Simenon… Y también la ciencia-ficción le engancha. Odia a Madame Bovary, pero en secreto ha descubierto que ama los Tres cuentos de Flaubert.


Siete años más tarde, se produce el reencuentro con Marguerite Duras, con el libro El arrebato de Lol V. Stein. El misterioso título le cautiva. Y después lee el libro. “El asombro sigue vivo. El libro me corta el aliento. Nunca he visto nada parecido. (…) Esta novela no tiene edad, es la novela de un niño, de un adolescente, de un viejo. Como siempre que me gusta un libro, no tengo ni idea de lo que cuenta.” A continuación devora todos los libros de Duras. Y la ve en televisión en el programa Apostrophe. Es una mujer que no es como las demás mujeres.






Pero como cualquier adolescente, pronto olvida a su heroína y la reemplaza por otros. Albert Camus, William Faulkner, los rusos. Todos ellos van pasando por su “biblioteca secreta”. Pero al descubrir los libros de Isaac Bashevis Singer, se produce la curación total. Su identificación es inmediata y profunda, y nuestra pequeña, ya mayor, se convierte en lectora compulsiva. Años más tarde, también en traductora y escritora, especialmente de libros infantiles. Esta aventura la edita la maravillosa editorial Periférica





Creo que todos los lectores más o menos compulsivos tenemos una historia parecida a ésta. Para todos los lectores, éste puede ser un libro muy emocional. Recuerdo que mi primer libro favorito fue (además de El pequeño Nicolás) El saltamontes verde de Ana María Matute. No he vuelto a leer ningún libro de ella, pero esa portada todavía me remueve cosas por dentro. El libro de Agnès Desarthe me ha hecho recordar esto.


Spam: Aprovecho para recordar que el próximo Miércoles 19 de Noviembre estaremos hablando sobre El cielo es azul, la tierra blanca de Hiromi Kawakami en nuestro club de lectura Salón de Libros Perdidos. 19.30h, en Casa del Libro del Paseo Ruzafa, 11. En nuestro club buscamos cosas nuevas en los libros que elegimos, como Agnès D. La novela de Hiromi K. es la bomba, y estáis todos invitados.